Recién entro a mi casa, vengo del cumpleaños de una amiga querida en el barrio que me vio crecer. El taxista era un hombre de unos 70 años, flaco, seguramente alto, canoso, afeitado, un poco calvo. Tenía ganas de conversar, sacó un pie de la galera y le dio para adelante con la charla en medio de su tinte melancólico. Yo generalmente no soy muy copada en esas situaciones y me limito a los monosílabos. Pero esta vez respondí con más ánimo, resumo más o menos la conversación:
- Creo que te dejo a vos y me voy para mi casa, estoy fundido.
- Vive lejos?
- En Valentín Alsina. Lo que pasa es que estoy de mudanza, tengo que terminar de embalar. La dueña del departamento me avisó que me tengo que ir. Igual ya tengo todo guardado, me falta desarmar el placard. Es que si sigo manejando me voy a acostar como a las 3 de la mañana, y después quién me levanta?
- Si, las mudanzas son terribles...está trabajando hace muchas horas?
- Desde las 11 de la mañana, hace...a ver...14 horas.
- 14 horas sin parar? tendría que descansar...
- No! parar paré, para comer. Me pedí una porción de vacío, en la esquina esa, viste? Me trajeron un pedazo enorme pero no lo terminé. Lo corté y guardé la mitad para la princesa de la casa, Ludmila. Además el muchacho de ahí me regaló unos huesitos, ya me conoce. Pobre perrita, es tipo caniche, chiquita, pero no es caniche de verdad. La dejo sola todo el día, no sabés la fiesta que me hace cuando escucha la llave en la puerta!
- Qué linda!
- Y el vacío se lo tengo que cortar chiquito y se lo doy primero, porque si le doy los huesitos no come la carne, se vuelve loca con los huesitos, no sabés como le gustan!
Y ahí me despedí y me bajé.
Me dio una tristeza jodida.
Qué mierda estar solo.
Y todo lo demás también.