sábado, 8 de octubre de 2011

doble deja vu

Mi casa de Paternal, mi casa de la vida y mis amores, Linneo. Tenía particularidades que la hacían, como mínimo, un lugar especial y único. La primera, el escalón. Un living grande sectorizado por un escalón invisible con el que el 99.99% de las personas se tropezaba. Y nosotros, los habitantes de Linneo, teníamos la frase incorporada al recibir a alguien. Hola, ¿cómo estás? ¿qué tal? ¡qué bueno verte! ¡¡¡CUIDADO CON EL ESCALON!!!. La segunda, y esta duró mucho pero logramos erradicarla: las goteras. Tengo memorias infinitas sobre goteras en la alfombra, en la cama, en el living, en el pasillo, en la cocina. Todas y cada una con su debido balde abajo. Y vaciar el balde y volver a ubicarlo estratégicamente. Y ese olor a alfombra húmeda. Y esa sensación de casa que aguanta no mucho tiempo más, de algo descartable que le aportaba cierta cosa lúdica al asunto, no se cómo explicarlo. Yo era chica, y no comprendía la magnitud real de nada. Todo esto viene a mi mente hoy, estos días. Estuvo mi primo de visita y cuando le comenté el proyecto que teníamos para la refacción de la casa me dijo: "¡Cuidado con el escalón, lo vas a tener que seguir diciendo, es tu karma!". Y si, tiene mucha razón, parece que hay "cuidado con el escalón" para rato, con esto de vivir en zona serrana y en un terreno nada plano, seguiremos conviviendo con tropezones y advertencias. Hoy llueve en AG. Desde ayer llueve en realidad, y nuestra futura habitación en proceso de enduido/lijado/pintura tiene tres goteras que solo pudo deschavar semejante tormenta. "Menos mal que las descubrimos ahora", dice E con su optimismo característico. Es verdad, menos mal, antes de pintar. Pero la imagen de dos baldes y una palangana recibiendo agua del techo me transportó a una época con cierto tinte melancólico. Ahí en Linneo, el país atado con alambre.

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