sábado, 22 de octubre de 2011
de cómo Kenko se fagocitó a Gulugulu
Gulugulu era tiernito, un bebé tranquilo y dócil, macizo, fortachón, fácil de manejar. Una dulzura de bebote, con manitos juguetonas de chancho y piecitos movedizos de empanada. Hacía unos ruiditos para escuchar todo el día, gulu-gulu, bubu, maaaaa, baaaaaaa, buuuuu. Lo normal. Hasta que cumplió 5 meses y se dió cuenta de que el mundo no tiene por qué ser observado boca arriba. Y empezó a girar, al principio no del todo, y poco después una vuelta en un minuto, manitos apoyadas, cabeza asomada, ojitos curiosos. Y empezó a ponerse más fortachón, y los gulu-gulu se convirtieron en gritos, bastante agudos por cierto, pero pasando por todas las tonalidades posibles. Ya a upa y sentado no quiso más, mejor pararse, ¿para qué tiene uno semejantes jamones?. Y un día dijo "kenko". Así, clarito, como se lee. Con eso nos quedamos tranquilos sobre su capacidad para vocalizar. Tal vez quiso avisar que se transformaba en una especie de king-kong, que gulugulu era parte del pasado. Y se puso picante el gordo. A upa en un restaurante con los pies en el canto de la mesa, empuja y la levanta. Hace flexiones de brazos, o algo por el estilo, porque se le cantó que puede pararse de manos y pies y hacer el puente. Se rie jodidamente, y escupe, y sopla, y agarra absolutamente todo lo que tiene a mano para comerlo, hasta el algodón. Eso si, comida no, gracias, prefiere escupirla y soplarla. Cambiarle el pañal es la lucha libre. También se dió cuenta de que si cierra la boca fuerte la cuchara no entra. Se le dio por dormir boca abajo, la madre desvelada y contrariada aceptó que el niño no se ahogaría y logró conciliar el sueño unas noches después. Mi Kenkin, gordo loco, te ama mamá.
viernes, 21 de octubre de 2011
es lo que hay
En momentos difíciles soy difícil. La realidad me abruma, me vuelvo una bolsa de catástrofes, me atormento con mis pensamientos, me subo a una montaña rusa descontrolada. Me pongo difícil conmigo misma. Cuando pasa la tormenta miro para atrás y me desconozco. Y cuando vuelve también vuelvo yo y mi cabeza difícil. Y así. Me canso de ser así, de que me vean así, de escucharme hablar. Me canso. Espero, de a ratos me tranquilizo, de a ratos me vuelvo loca. Y vos, todo lo contrario, una paz, un equilibrio envidiable. Mi lugar tranquilo. Y yo, tu collar de melones. Mil disculpas, es lo que hay.
sábado, 8 de octubre de 2011
doble deja vu
Mi casa de Paternal, mi casa de la vida y mis amores, Linneo. Tenía particularidades que la hacían, como mínimo, un lugar especial y único. La primera, el escalón. Un living grande sectorizado por un escalón invisible con el que el 99.99% de las personas se tropezaba. Y nosotros, los habitantes de Linneo, teníamos la frase incorporada al recibir a alguien. Hola, ¿cómo estás? ¿qué tal? ¡qué bueno verte! ¡¡¡CUIDADO CON EL ESCALON!!!. La segunda, y esta duró mucho pero logramos erradicarla: las goteras. Tengo memorias infinitas sobre goteras en la alfombra, en la cama, en el living, en el pasillo, en la cocina. Todas y cada una con su debido balde abajo. Y vaciar el balde y volver a ubicarlo estratégicamente. Y ese olor a alfombra húmeda. Y esa sensación de casa que aguanta no mucho tiempo más, de algo descartable que le aportaba cierta cosa lúdica al asunto, no se cómo explicarlo. Yo era chica, y no comprendía la magnitud real de nada. Todo esto viene a mi mente hoy, estos días. Estuvo mi primo de visita y cuando le comenté el proyecto que teníamos para la refacción de la casa me dijo: "¡Cuidado con el escalón, lo vas a tener que seguir diciendo, es tu karma!". Y si, tiene mucha razón, parece que hay "cuidado con el escalón" para rato, con esto de vivir en zona serrana y en un terreno nada plano, seguiremos conviviendo con tropezones y advertencias. Hoy llueve en AG. Desde ayer llueve en realidad, y nuestra futura habitación en proceso de enduido/lijado/pintura tiene tres goteras que solo pudo deschavar semejante tormenta. "Menos mal que las descubrimos ahora", dice E con su optimismo característico. Es verdad, menos mal, antes de pintar. Pero la imagen de dos baldes y una palangana recibiendo agua del techo me transportó a una época con cierto tinte melancólico. Ahí en Linneo, el país atado con alambre.
martes, 4 de octubre de 2011
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